y sin ella el hombre es apenas un cadáver con apetito,
incapaz de amar el lugar donde vive
o sentir el estado de ánimo de la Tierra.
El hombre que ha olvidado sus orígenes
se mueve como un autómata sin sentir ni presentir,
sin intuir ni asombrarse,
no se entera de nada en un mundo lleno de agradables sorpresas para quién está atento.
El hombre del mundo no conoce los lugares de poder,
a veces construye su casa sobre ellos
y termina enfermándose por ignorar las leyes sagradas.
¿Cómo atreverse a construir una casa,
sin preguntar a la tierra por el lugar mas adecuado?
Cómo poner piedra sobre tierra sin saber el sexo que tienen?
Construyendo de esa manera sus paredes no serán una muralla energética,
sus camas no estarán sobre lugares tranquilos,
sus sueños serán superficiales
y se levantarán en las mañana cansados;
otros serán víctimas de la jap'eqa
porque finalmente la tierra los agarrará
y caerán víctimas de su propia irreverencia o insensibilidad.
Cada parte de la tierra tiene sus protectores;
un árbol no es sólo un árbol;
la montaña tiene memoria y los rios bullen en efervescente danza;
una sola partícula de tierra encierra todos los misterios del Universo;
un sólo pétalo contiene la información de todo el jardín planetario;
quien daña a la tierra, daña al universo entero,
rompe el Chejpacha, lesiona a los invisibles;
quien daña a la tierra realiza una nefasta siembra,
participa de un horrible festín necrofílico,
se convierte en un traficante de tinieblas, sembrador de tempestades,
cosechador de holocaustos, de desastres naturales,
autocondenáandose a no descubrir el sagrado arte de vivir...
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